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En el año 2017 se cumple el centenario de la Revolución Rusa, un punto de infl exión decisivo en la historia del mundo. Es el momento en que por primera vez los trabajadores de la madre Rusia establecieron su propio sistema de gobierno a través de los soviets, para acabar con la opresión feudal y ayudar a sentar las bases de un orden igualitario. Comenzó en febrero con el derrocamiento del zar, pero la crisis del gobierno provisional moderado que se estableció, llevó al rápido crecimiento del partido bolchevique. En octubre tomó el poder y se inició la segunda fase de la Revolución de la mano de Lenin y Trostki. La que llevó a la guerra civil e indujo a las distintas nacionalidades que formaban parte de la inmensa Rusia a declararse independientes mediante complicados procesos políticos asociados a la lucha armada. Con Stalin la URSS, la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas, el nuevo estado que había aparecido en el mapa del mundo como culminación de todo ese proceso, inició su progreso económico, pero a un terrible coste humano bajo una dictadura totalitaria. Al fi nal, cuando el estalinismo se derrumbó debido a sus propias contradicciones internas, las clases dominantes de todo el mundo se mantuvieron profundamente hostiles al estado soviético. Quizá por eso, la Rusia moderna, que ha convertido la «estabilidad» en uno de los principios fundamentales de su gobierno, y piensa que cualquier revolución va en contra de las bases de su fi losofía política, nunca ha sabido qué hacer con la carga que le supone el legado de 1917.