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La historia jamás contada de la España brutalista y de Madrid a través de la figura de Dum Dum Pacheco, delincuente, legionario y boxeador, y los temidos Ojos NegrosA comienzos de los sesenta, tras el estreno de West Side Story, una generación de chavales de la periferia madrileña llenos de ira y con estiletes en los botines, toma las calles e imita a las pandillas de la película. Bailan en los pasillos del cine, agreden a transeúntes, roban coches, prenden fuego a motocicletas, huyen de la policía y protagonizan verdaderas batallas campales con otras bandas. «La misteriosa banda suburbial de los Ojos Negros, de la que todos hablaban y a la que casi nadie había visto en acción ùcuenta Moncho Alpuenteù, ocupaba el primer puesto de la lista de chicos malos, admirados y temidos por los adolescentes urbanos que glosaban, con más imaginación que datos, sus presuntas hazañas en los recreos escolares».Ángel Luis ùuna especie de cheyene castizo que hace de extra en películas de indios y vaqueros a las órdenes de El Mortalesù, líder absoluto de los Ojos Negros, es una figura colosal temida por todos, cuyo asesinato queda esclarecido por vez primera. Dum Dum Pacheco, delincuente juvenil, legionario y miembro de la banda, se convierte en uno de los boxeadores más famosos, y también peligrosos, que sale de prisión y combate vigilado por agentes. A partir de su vida («Entonces solo tenía tres ídolos: Hernán Cortés, Franco y Elvis Presley», afirma) descubrimos una historia mayor. Porque el auge y caída de este boxeador legendario es también el ascenso y descenso de todo un país, desde la dictadura hasta el delirio y la corrupción del primer socialismo.Durante seis años de intenso trabajo, consultando prensa, informes policiales y entrevistando a los últimos supervivientes, Servando Rocha marcha en busca de Famoso Dongil, nuestro Muhammad Ali, que salía a pelear con un poncho de los Tupamaros y se creía intocable, o de Manolo Pelayo, el primer rocker de nuestro país al frente de los Diablos Negros ùlos ídolos del extrarradioù, a quien encuentra cantando para turistas en un piano bar. Conoce a toda una generación con un pie en la tumba y que jamás ha contado esta historia, como el escurridizo Mariano Revilla, número 2 de los Ojos Negros, con dos metros de cicatrices cubriendo su cuerpo. Sigue las andanzas por Rusia del divisionario Dionisio Ridruejo o de refugiados nazis que fundan revistas izquierdistas, falangistas amantes del pop y mercenarios de las OAS francesas abriendo templos de La Movida. Traza, por vez primera, un mapa de todas las bandas callejeras que se disputaban a sangre y fuego cada calle de la capital: Comilleros, Chonis, El Triángulo, Látigos, Ratón Blanco, Deans, Campanos, Nazis, Cascabeles, Vikingos, y hasta pandillas de chicas armadas, todos ellos machacados una y otra vez por los Ojos Negros, reyes absolutos de la urbe y del disturbio, y también durante un tiempo mánagers no oficiales de Camilo Sesto. Mientras todo esto sucede, los sótanos de la siniestra Dirección General de Seguridad se llenan de yeyés de la periferia, Billy el Niño tortura a Dum Dum Pacheco y hasta la banda de el Lute se enfrenta a tiros con los Ojos Negros.Todo el odio que tenía dentro no es solamente la vida de un personaje excesivo como Dum Dum Pacheco, sino de una ciudad como Madrid, en la que se narra la creación del extrarradio y la estrategia del franquismo para convertir a los obreros en propietarios y controlar a ese suburbio siempre bajo sospecha. Esta es la historia jamás contada de la España brutalista, desde la posguerra y el franquismo hasta la llegada de la democracia, una magistral obra de no ficción narrativa que se lee como una novela río y donde acompañamos al autor en este descenso a los infiernos, compartiendo cada uno de sus descubrimientos: «Me disponía a entrar en un lugar inhóspito, peligroso ùescribeù. Un fangal, una otra España brutal y desconocida. Hasta allí fui, con linterna y bajando peldaño a peldaño. Y temblé». «Un viaje al corazón de las tinieblas» (Javier Lucini, Dirty Works)«El autor más necesario y peligroso de nuestras letras» (Javier Calvo