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«In this life, we want nothing but Facts, sir; nothing but Facts!», proclama Thomas Gradgrind en las primeras líneas de Tiempos difíciles. Es el anhelo de todos los entes de ficción, llegar a ser reales. Venderían ellos su primogenitura, el sentido que rige sus vidas en tanto que entes de ficción, con tal de vivir la nuestra, imprevisible siempre y a menudo errática y confusa. Al revés de lo que le sucedió a Augusto Pérez, protagonista de Niebla, que viajó hasta Salamanca para implorar clemencia a su creador, Miguel de Unamuno, que había pensado dejarlo morir, el que lleva la batuta de estas páginas (que no su protagonista, ya que protagonista aquí sólo es la vida, la música de la vida) suele presentarse de vez en cuando en la calle Conde de Xiquena, en casa de su autor, Andrés Trapiello, cuando advierte que la fe de este en la literatura renquea, para decirle, en primer lugar, que ni se le ocurra hacerle real, ya que gracias a ser pura ficción ha podido contar cuanto ha querido sin graves consecuencias y ha gozado de una libertad e impunidad tales que para sí las quisieran los seres de carne y hueso, incluido el propio AT.; y en segundo lugar, que pasar de inmortal a mortal es, como suele decirse, hacer un pan como unas tortas. Gracias a su estatuto novelesco, ese ser ficticio ha entrado en todas partes, porque es poco menos que invisible, y ha comprobado que al cabo de un tiempo nadie recuerda lo que dijo o no, y los que lo recuerdan acaban atribuyéndoselo a un ser mitológico. Y si acaso por alguna de las cosas que vio o dijo han querido represaliarle, lo han hecho precisamente en la persona de AT., para regocijo y guasa de su doble, por usar la terminología con que Miriam Moreno llamó a la M. que circula también por estas páginas. Si Augusto Pérez quería exclamar, como Unamuno, «íSueños, sueños!», que es, por paradójico que parezca, el lema de la realidad (no hay verdadera realidad sin sueños, y eso, el soñar, más que el hablar o el contar, es lo que distingue al ser humano de otras fieras y criaturas), el que lleva estos libros sólo se atiene a ese «íHechos, sólo hechos!» del señor Gradgrind, consciente de que en ellos, al menos en los que él repara, están escritos además sus sueños. Andrés Trapiello nació en 1953 en Manzaneda de Torío, León. Desde 1975 vive en Madrid. Es autor de las novelas La tinta simpática (1988), El buque fantasma (1992), La malandanza (1996), Días y noches (2000), Los amigos del crimen perfecto (2003), Al morir don Quijote (2004), Los confines (2009), Ayer no más (2012) y El final de Sancho Panza (2014); de un libro sobre el maquis en Madrid, La noche de los Cuatro Caminos (2001), y de un diario titulado Salón de pasos perdidos, del que lleva publicadas, con esta, veinte entregas, aparecidas todas ellas en la editorial Pre-Textos. Como ensayista ha publicado, entre otros, Las vidas de Miguel de Cervantes (1993), Las armas y las letras. Literatura y guerra civil (1936-1939) (1994, 2010), Los nietos del Cid. La nueva edad de oro (1898-1914) (1997), El arca de las palabras (2006) e Imprenta moderna. Tipografía y literatura (1874-2005) (2006). Es autor asimismo de una traducción del Quijote al castellano actual (2015). Sus cuatro primeros libros de poemas se han reunido en Las tradiciones (1991), volumen al que siguieron Acaso una verdad (Pre-Textos, 1993), Rama desnuda (2001), Un sueño en otro (2004) y Segunda oscuridad (Pre-Textos, 2012).