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Toda historia del Estado es indisociable de la de los hombres que lo sirven. Al gobernador romano, a menudo se opone el aristócrata medieval: el primero estaba firmemente controlado por un emperador romano con autoridad absoluta, mien-tras que el segundo anudaba con su señor una relación personal y contractual. Por tanto, el Estado se habría hundido brutalmente en Occidente cuando el funciona-riado desapareció a finales del siglo V. A su vez, la emergencia de una fidelidad ba-sada en la recepción de tierras sería el signo de una transformación radical del lazo social. El examen de las instituciones, del vocabulario y de las representaciones domi-nantes conduce, no obstante, a trazar un cuadro más matizado, en el que las conti-nuidades se imponen a las rupturas. Evidentemente, Roma cayó; los mundos me-rovingios y luego carolingios conocieron sus propias convulsiones. Este libro, es-crito con la lucidez que siempre adorna a su autor, pretende captar el alcance de tales cambios. La función administración pública tardo-antigua ùla militiaù no se parecía en nada al ideal-tipo descrito por Max Weber; con todo, ofrecía un modelo social poderoso y no cayó en el olvido en las antiguas provincias de las Galias. Entre los siglos V siglo y IX, los soberanos y sus élites pudieron elegir así entre reactivar parcial o totalmente esa herencia adaptándola a un mundo en constante cambio. Según las necesidades, la militia constituyó un marco de vida, un régimen jurídico, un instrumento de legitimidad o un simple motivo de nostalgia.