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Roma y España mantuvieron un vínculo muy intenso desde tiempos de los Reyes Católicos hasta los albores del mundo contemporáneo. La ciudad era la sede del príncipe de la Iglesia, y la Monarquía Hispánica -que hizo del catolicismo militante el eje de su teología política, sobre todo bajo el gobierno de los Habsburgo- necesitaba de manera imperiosa la aprobación papal. Este lazo indisoluble entre la Monarquía Hispánica y el Papado durante la Edad Moderna dio lugar a una intensísima labor diplomática. La presencia española en Roma fue, desde finales del siglo xv, cada vez más numerosa, y las necesidades representativas de los súbditos de la Corona dieron lugar a una verdadera geografía hispánica en la ciudad, cuyos hitos principales eran el palacio de la Embajada de España y las iglesias nacionales de aragoneses y castellanos de Santa Maria di Monserrato y San Giacomo degli Spagnoli. González Tornel estudia en este libro uno de los elementos fundamentales de la rica y polifacética presencia hispana en Roma: la fiesta. Los rituales y las celebraciones que protagonizaron allí los españoles sirvieron para cohesionar a la comunidad y, sobre todo, tuvieron un papel clave en la acción propagandística de la Corona. Canonizaciones, entradas triunfales, celebraciones de éxitos políticos, fiestas religiosas o funerales regios hicieron presente a España tanto o más que las personas que los protagonizaron o los lugares donde se desarrollaron. Durante la Edad Moderna la fiesta fue capital a la hora de entender tanto el poder como las relaciones entre la Iglesia y los Estados, y aquella que protagonizó la Monarquía Hispánica en Roma es imprescindible para explicar ambas realidades.