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Ya en Estancia en el campo (1967) inicia Sarah Kirsch todos los temas que caracterizarán a sus libros posteriores: los hechizos y combates del alma en una exacta observación de la naturaleza y del paisaje al cambio de las estaciones. La observación es realista, no se proyectan los sentimientos de la observadora en la naturaleza sino que a través de la naturaleza se evocan sentimientos y asociaciones en la persona. Para la poeta no se trata de una descripción de cosas o seres sino de un informe de su encuentro, de su confrontación con ellos. Con ese exacto descubrimiento de lo real y de las asociaciones provocadas por ese encuentro los poemas adquieren sustancia y no son simplemente formas agradables e inocuas. En «Estancia en el campo» se da ya también la forma del poema sin rima y sin signos de puntuación, sobre todo sin comas, lo que puede dar lugar a ambigüedades y dobles significaciones deseadas, de modo que el lector debe buscar una lógica de la frase a veces, como en Celan, a través de repetidas lecturas. Hace cuarenta años Sarah Kirsch (1935) empezó a publicar poesía en su "pequeño país calefactor", la entonces República Democrática Alemana, que no dejaba que sus habitantes hicieran viajes al exterior. Como tantos poetas alemanes, proviene de una familia donde hay pastores protestantes. Estudió biología. La eligieron para llevar cursos en la Escuela de Altos Estudios de Poesía (Instituto Johannes Becher), en Leipzig. Ernst Bloch vivía allí, se pensaba en el principio esperanzada. Dejó de llamarse Ingrid y comenzó a firmar como Sarah, para que no se olvidara cómo tenían que llamarse todas las mujeres judías durante el nazismo. El apellido se lo prestó su marido. Una nueva identidad. Un tono inocente, naif y suave, observaciones precisas, educación de los ojos. Amores, antes que nada, a las plantas. Mientras, el país se industrializó de manera brutal. Cuando en 1976 firmó con muchos otros una protesta contra la expatriación de un poeta amigo, fue expulsada no oficialmente, mas sí de facto. Se le cerraron las editoriales, la Seguridad del Estado y los vecinos observaban los juegos infantiles de su hijo. Desde 1976 vive en el norte de Alemania, cerca de la frontera con Dinamarca, en un pueblo minúsculo de la llanura entre el Mar del Norte y el Báltico, dedicada a la escritura, a su gran jardín y a los animales. Ha obtenido numerosos premios. Hace unos años recibió el más renombrado en la literatura alemana: el Premio Büchner, nuestro Cervantes.