Imagina por un momento que estás en un teatro viendo una obra muy solemne. De repente, alguien en el público empieza a reírse a carcajadas en los momentos más dramáticos. Ese alguien podría ser perfectamente un filósofo cínico, recordándonos que quizás nos lo estamos tomando todo demasiado en serio.
El cinismo filosófico, lejos de ser esa actitud amargada y negativa que hoy creemos, era originalmente una invitación a la libertad a través del humor y la irreverencia. Los cínicos fueron los primeros en entender que tomarse la vida demasiado en serio es el primer paso para convertirse en su esclavo.
El cinismo nos enseña que la vida es demasiado corta para vivirla en un constante drama, con la boca hacia abajo y el ceño fruncido. Es una invitación amable a tomarnos las cosas con mucha más alegría y ligereza, a reírnos de nuestras -muchas veces cómicas- pretensiones y a ver el lado cómico de nuestras luchas diarias. Dentro de cien años nada de esto no importará o preocupará.
Como estás a punto de descubrir, el cinismo filosófico es como un antídoto contra la seriedad excesiva que impregna nuestra época. Es un recordatorio de que, a veces, la mejor manera de enfrentar los desafíos de la vida es con una sonrisa irreverente y la capacidad de ver lo absurdo en lo solemne. Después de todo, como bien nos sugería Diógenes, quizás la verdadera sabiduría está en aprender a ladrar a las convenciones sociales en lugar de dejarnos domesticar por ellas.
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