Cuando en 1897 el novelista irlandés Bram Stoker vio editada su novela Drácula dudo mucho que estuviera dándose cuenta de la oleada de terror que estaba a punto de derramar sobre el mundo. Drácula contaba las andanzas del conde Drácula persiguiendo a su amada tras haber atravesado, como se decía en la novela, «océanos de amor» para encontrarla, finalmente, en Londres. La figura del Drácula que vemos en la novela no tiene mucho que ver con la figura real de Vlad el Empalador, azote de infieles en los finales de una Edad Media brutal y salvaje donde el Imperio turco está llamando a las puertas de una Europa indefensa, aunque no desprevenida.
Drácula, el verdadero Drácula histórico, fue un gran señor de aquella Europa medieval y, como nos cuenta José Caballero en su obra, fue un hombre perseguido y atormentado por sus enemigos y por sí mismo y su destino.
La imagen que nos hacemos de este personaje «real» (esto es algo que debemos tener muy en mente cuando leamos esta obra o, si tenemos suerte, cuando la veamos representada en un escenario) es la que prevalece aquí, por encima de las numerosas encarnaciones que han estimulado la imaginación de un numeroso público. Nos encontramos con el Vlad Tepes histórico, el que se movió por las cortes de su época, como prisionero, como rehén, como señor de Valaquia. Contemplamos sus andanzas y sus rebeldías y presenciamos las traiciones que le llevaron a la perdición.
La tarea de investigación que esta obra representa queda patente en el cuidado y el mimo con que el autor trata y considera a los diversos personajes (muchos y todos ellos basados en la realidad), pormenorizando en sus relaciones con el personaje principal de este drama histórico.
Si Bram Stoker se basó en textos muy conocidos en su época para redactar su famosísima obra, José Caballero ha realizado sus propias investigaciones viajando a los lugares donde se desarrolla la trama y recabando datos por doquier, lo que presta a su drama una entereza que no se ve frecuentemente en este tipo de obras. La suya es una aventura audaz y llena de peligros, pero el autor sabe salir airoso en todas las ocasiones, dando a los diversos actos que la conforman una entidad por encima de toda duda.
De todos modos, Caballero no ha podido olvidarse de la criatura de Stoker: como un fantasma del porvenir, el Drácula novelesco se inmiscuye en los asuntos del pasado, dando su punto de vista sobre lo que está sucediendo en el siglo xv y ayudando a los lectores (espectadores) a entender, más aún si cabe, los entresijos de una historia inmortal.
La presentación del autor dice mucho más que lo que yo podría llegar a decir, de manera que prefiero dejarle a él la tarea de presentar tanto su obra como a sus personajes, siendo estas líneas apenas un breve homenaje a un drama teatral que me dejó fascinado desde su primera lectura hace ya un par de años, pero cuya relectura en su forma definitiva no ha dejado de gustarme tanto más ahora que entonces. Espero que la disfruten tanto como yo.
Paco Arellano
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