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El dinero, como el amor cortés o el arte moderno, están extrañamente anudados por una historia común, pues no son sino operaciones culturales que toman forma en la Europa meridional entre los siglos XII y XIII y que, no sin cierta melancolía, vemos cómo se evaporan ante nuestros ojos. "Se canta lo que se pierde", decía Machado a su papagayo verde: primero con la pérdida del patrón oro, después abandonado por el dólar; finalmente, ya solo respaldado por la fe (finanza viene de "fides") de las sociedades modernas. El capitalismo es la religión que domina el mundo, y en tiempos de tarjetas de crédito y bitcoin, las monedas se convierten en objeto de resistencia. Hacen del dinero una "cosa" vinculada más con la naturaleza que con la cultura, si es que, como decía Spinoza, podemos seguir estableciendo esa diferencia. "Los dineros" asume la fórmula enciclopédica del diccionario, viejo reducto indicial de la cultura de archivo y resto último de positivismo que queda en una escritura arrastrada por una concepción libidinal de la economía. Se trata, igualmente, de una despedida, con morriña, de la eficacia materialista de llevar algo suelto en el bolsillo.