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El regalo de la escritura de Mary Oliver es comunicar la belleza sencilla del mundo y hacerla inolvidable. Esto nunca ha sido más cierto que en la luminosa colección de ensayos y poemas que conforma «Vita longa». Con la gracia, la delicadeza y la precisión que caracterizan toda su obra, Mary Oliver nos muestra en este libro que escribir «es una forma de alabar el mundo», y nos sugiere, de forma aparentemente sutil pero inapelable, que leamos sus ensayos y sus poemas como «repentinos aleluyas» con los que celebrar el esplendor de la existencia. Así, ya sea relatando su encuentro con un pececillo varado en la marea baja, o la sensación sagrada de ser bautizada por el agua que emana del espiráculo de una ballena, o la conexión que trasciende todas las palabras y que, por un instante, une su alma con el paisaje, Mary Oliver invita a sus lectoras y lectores a reencontrarnos a nosotros mismos y a volver a situar nuestras experiencias en el lugar que verdaderamente merecen: el centro del mundo. Pero, además, también nos habla de sus escritores favoritos, sobre los que escribe y reescribe como si su amor por ellos y su deseo de atrapar la esencia última de su obra no se agotara nunca. El torbellino de belleza y perplejidad que le sugiere William Wordsworth; el inquietante regusto dulzón que siempre le deja Nathaniel Hawthorne o la admirable determinación que aprende de Ralph Waldo Emerson, quien le recuerda, a ella y a nosotros, que «la auténtica vocación de un ser humano hace girar todas las pesadas velas de su existencia hacia ese propósito superior». ¿Qué otra cosa sería Vivir, escrito con una gran V mayúscula?