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Hay al menos tres motivos de la obra de Antonio Gramsci que todavía pueden ser de mucha utilidad para entender y ayudar a cambiar el mundo de hoy. El primero es su idea de lo que podría ser el filósofo democrático a la altura de los tiempos. Gramsci quiso ver en la filosofía de la praxis una herejía de la "religión de la libertad", del liberalismo del siglo XIX y parte del XX. E intuyó que el filósofo democrático y laico del futuro tendría que verse las caras precisamente con la religión de la libertad profundizando el sentido de aquella herejía. De ahí que, aceptando esta intuición, muchos aspiremos a ser "algo más que liberales". El segundo motivo que hay que destacar es la lectura que Gramsci hizo de Maquiavelo y la comparación que estableció entre marxismo y maquiavelismo. De esta lectura se deriva una revalorización de la política en su acepción más noble, una concepción de la política como ética de lo colectivo. Una idea, por tanto, que, sin echar la ética por la borda, permite distinguir con claridad entre lo que es un partido político y lo que son mafias o sectas, entre política (propiamente dicha) y delito. El tercer motivo es su reflexión sobre la lengua y los lenguajes en relación con la política. Gramsci fue un filólogo que dejó la filología académica por la política revolucionaria, pero que nunca olvidó su formación filológica. Esta combinación produjo uno de los marxismos más originales del siglo XX, un marxismo atento a la dimensión prepolítica, cultural, de las luchas entre las clases sociales y sensible a la dialéctica existente entre internacionalismo y persistencia de los sentimientos nacionales. De esas tres cosas y del hombre Gramsci, es decir, de la tragedia del revolucionario que reflexiona sobre lo público y lo privado en las cárceles mussolinianas, trata este libro. Un libro que pretende interesar por la vida y la obra de Antonio Gramsci a todos aquellos que en el "mundo grande y terrible" de la globalización siguen dando importancia a la ética de la resistencia.