La muerte del Señor Jesucristo es un tema de interés inagotable para todos los que estudian en oración la Escritura de la Verdad. Esto es así no sólo porque de ella depende todo lo del creyente, tanto para el tiempo como para la eternidad, sino también por su trascendente singularidad. Cuatro palabras parecen resumir los rasgos más destacados de este misterio de misterios: la muerte de Cristo fue natural, antinatural, preternatural y sobrenatural. Parece necesario hacer algunos comentarios a modo de definición y ampliación.
En primer lugar, la muerte de Cristo fue natural. Con esto queremos decir que fue una muerte real. Es porque estamos tan familiarizados con el hecho de que la declaración anterior parece simple y común, sin embargo, lo que aquí tocamos es para la mente espiritual uno de los principales elementos de asombro. Aquel que fue "tomado, y por manos inicuas" crucificado y asesinado era nada menos que Emanuel (Hechos 2:23). El que murió en la Cruz del Calvario era nada menos que el "compañero" de Jehová (Zacarías 13:7). La sangre que se derramó en el árbol maldito era divina: "La iglesia de Dios que él compró con su propia sangre" (Hch 20:28). Como dice el apóstol, "Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo" (2 Corintios 5:19).
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