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Para escribir, pensé que había que captar ese canto que subsistía de un tiempo en que el libro no existía más que bajo su forma cantada y me dije que había llegado la hora de buscar a la mujer nómada.» En un tren rumbo a Siberia la autora lee Los trazos de la canción de Bruce Chatwin. Y nace la novela que tenemos entre las manos, «novela songline» que es a su vez un gozoso torrente de voz-palabra. Para el pensador Aby Warburg la historia del arte no responde a un tiempo lineal sino a uno cíclico, es la danza de una intrincada constelación de formas que nacen, se repiten y permanecen. Kerangal propone algo similar en su novela canto; traza un paisaje surgido de sus recuerdos y asociaciones, que retrata también a la humanidad del presente, y que se aglutina en torno a la palabra mítica que la autora oye en la radio una noche de octubre de 2013: Lampedusa, antes referente literario y cinematográfico, y desde ese momento símbolo de la falta de hospitalidad de Europa. Ese nombre, que alude a la catástrofe en que se hunde una barca de inmigrantes, perfila una figura que cobra vida también en otra imagen, ésta cinematográfica: la secuencia del baile de El Gatopardo de Visconti, protagonizada por ese Burt Lancaster (también él un emigrante, también nacido en una isla) que cruzaba piscinas como mares en El nadador de Frank Perry; una estampa del fin de un mundo a la que sucede la escena histórica, imaginada por la autora, del desembarco en América en 1492. En ese punto de la noche en que nace el relato, Kerangal escribe con maestría y logra, en una deliciosa pirueta literaria, conferir a su prosa la cualidad de la poesía recitada por los aedas cuando la literatura era canto: Lampedusa es a la vez una canción hipnótica, con la que Maylis de Kerangal nos transporta por los paisajes de su memoria, y un relato breve, punzante, extraordinariamente intenso, que logra reproducir la experiencia precisa de una realidad contemporánea vergonzosa e insoslayable.