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Este libro es una historia de los aconteceres de la intimidad, una crónica de los sucesos erógenos que se escriben sobre el cuerpo de una mujer. Se propone iluminar las vicisitudes de los encuentros, luchas y regocijos entre los cuerpos, o de un cuerpo consigo mismo, con miras a destejer la madeja de preguntas con que la femineidad se vio invadida. Alizade toma la noción de Yo-Piel elaborada por D. Anzieu. Pero las envolturas sucesivas de lo sensorial, lo perceptivo, lo afectivo, cuya operación muestra en la clínica referida a la condición femenina, le sugieren buscar «un núcleo de piedra», un referente básico de reconocimiento de sí. Reordena entonces, para pensar la sensualidad femenina, lo que del psicoanálisis contemporáneo se puede dilucidar como teoría de constitución del sujeto. Desfilan las nociones de cuerpo biológico, cuerpo sensoperceptivo, cuerpo erógeno, cuerpo de afecto, cuerpo atravesado por el lenguaje, cuerpo ético y cuerpo social influido por los requerimientos y modelos del contexto cultural. Las zonas erógenas se desplazan y ceden su erogeneidad las unas a las otras, configurándose una especie de «baño de erogeneidad» totalizante. A un orden fálico que encubre la falta se superpone un orden no fálico, orden femenino, instalado en la falta y que transmite la aceptación de la castración, el misterio de lo desconocido, lo perecedero. Las figuras de la virgen, la santa y la bruja, que Alizade recoge en nuestras más soterradas representaciones culturales de lo femenino, le sirven para introducir una reflexión sobre lo ético, sobre la idea de fidelidad en tanto es síntesis de mesura y desmesura, de una confianza, signante de lo femenino, que ampara una totalización en la sensualidad. Cuando lo femenino se instala en un sujeto, el hombre podrá asomarse, más allá de lo imaginario, a la castración simbólica y rozar el eterno real en un movimiento de transgresión estructurante. La segunda edición de esta obra incluye un jugoso capítulo acerca del ejercicio de «simbolizar en femenino», en el que la apertura de equivalencias simbólicas toma un camino independiente de la oposición clásica falocastración, siendo lo fluido el símbolo maestro de lo femenino.