En los artículos sobre "La Doctrina de la Justificación" contemplamos la trascendente gracia de Dios que proveyó para su pueblo una Fianza, que guardó para ellos perfectamente su santa ley, y que también soportó la maldición que se debía a sus múltiples transgresiones contra ella. En consecuencia, aunque en nosotros mismos somos criminales que merecen ser llevados al tribunal de la justicia de Dios y allí ser condenados a muerte, somos, sin embargo, en virtud del servicio aceptado de nuestro Sustituto, no sólo no condenados, sino "justificados", es decir, declarados justos en los altos tribunales del Cielo. La misericordia se ha regocijado contra el juicio, pero no sin que la justicia gubernamental de Dios, expresada en su santa ley, haya sido plenamente glorificada. El Hijo de Dios encarnado, como cabeza federal y representante de su pueblo, la obedeció, y también sufrió y murió bajo su sentencia condenatoria. Los reclamos de Dios han sido plenamente satisfechos, la justicia ha sido magnificada, la ley ha sido hecha más honorable que si cada descendiente de Adán hubiera cumplido personalmente sus requisitos.
"Por lo tanto, en lo que respecta a la justicia justificante, los creyentes no tienen nada que ver con la ley. Son justificados 'aparte de ella' (Romanos 3:21), es decir, aparte de cualquier cumplimiento personal de la misma. No podríamos cumplir su justicia, ni soportar su curso. Las exigencias de la ley fueron satisfechas y terminadas, una vez y para siempre, por la satisfacción de nuestro gran Sustituto, y como resultado hemos alcanzado la justicia sin obras, es decir, sin obediencia personal propia. Por la obediencia de uno solo muchos serán constituidos justos" (Romanos 5:19). Puede haber, y hay, otras relaciones en las que nos encontramos con la ley. El principio de nuestra nueva naturaleza es regocijarse en su santidad: 'nos deleitamos en la ley de Dios según el hombre interior'. Conocemos la amplitud y la bendición de esos dos primeros mandamientos de los que penden toda la Ley y los Profetas: sabemos que 'el amor es el cumplimiento de la ley'. No despreciamos la luz orientadora de los santos e inmutables mandamientos de Dios, encarnados vivamente, como lo han sido, en los caminos y el carácter de Jesús; pero no tratamos de obedecerlos con el pensamiento de obtener la justificación por ello.
Lo que se ha alcanzado, no puede seguir alcanzándose. Tampoco ponemos una indignidad tan grande en 'la justicia de nuestro Dios y Salvador' como para poner la obediencia parcial e imperfecta que rendimos después de ser justificados, al nivel de esa justicia celestial y perfecta por la que hemos sido justificados. Después de haber sido justificados, la gracia puede aceptar, y de hecho lo hace, por causa de Cristo, nuestra obediencia imperfecta como algo agradable; pero siendo ésta una consecuencia de nuestra justificación perfeccionada, no puede convertirse en un fundamento de la misma. Tampoco puede presentarse a Dios nada que sea mínimamente imperfecto, con el fin de alcanzar la justificación. Con respecto a esto, los tribunales de Dios no admiten nada que esté por debajo de su propia perfección absoluta" (B. W. Newton).
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