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La pintura no surge en un mundo aislado. Está siempre en consonancia con los movimientos sociales e intelectuales de su época y forma parte de su pensamiento. Se trata de una relación de doble sentido: los artistas se impregnan del espíritu de su tiempo, que sin embargo transforman y enriquecen. En el siglo xviii, el movimiento de la Ilustración cambiará radicalmente el orden social. El resultado es la modernidad. La pintura de la Ilustración coloca al ser humano en el centro de la representación. Se niega a representar a superhombres (dioses, personajes mitológicos y héroes legendarios) y se centra en personajes corrientes dedicándose a sus actividades cotidianas. La pintura de género excluye la pintura histórica. Pone en escena la humanidad en toda su variedad, hombres y mujeres, niños y ancianos, ricos y pobres, personas de todas las profesiones, incluidas las que se encuentran en los márgenes de la sociedad, como los locos, los delincuentes y las prostitutas. Representa todas las facetas de la vida humana, las múltiples formas del amor, pero también la violencia, la alegría y la desesperación, las actividades religiosas y políticas. Personas, objetos y acciones se muestran ahora por lo que son, no por lo que significan. Esta pintura no representa ni lo puramente real, ni la belleza ideal. Aspira a captar la verdad del mundo. La presente obra, ilustrada con un centenar de cuadros en color, dibujos y grabados, analiza la pintura de la Ilustración en dos series de capítulos. Parte de ellos están dedicados a cuatro grandes pintores europeos: Antoine Watteau, Alessandro Magnasco, William Hogarth y Francisco Goya. Los demás abordan diversos temas sugerentes: personajes situados en los márgenes de la vida social (niños, mendigos y extranjeros), actividades que ilustran los márgenes de la mente (fantasmagorías, erotismo y disfraces) y también determinados géneros menores de la pintura, como el retrato,el paisaje y la naturaleza muerta.