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Lo inconfesable designa un secreto vergonzoso. Es vergonzoso porque introduce, bajo dos figuras posibles la de la soberanía y la de la intimidad, una pasión que sólo puede ser expuesta como lo inconfesable en general: su confesión sería insostenible, pero al mismo tiempo destruiría la fuerza de esta pasión. Ahora bien, sin ella habríamos ya renunciado a cualquier clase de ser-juntos, es decir, de ser a secas. Habríamos renunciado a lo que, según el orden de una soberanía y de una intimidad alejadas dentro de la discreción sin fondo, nos pone en el mundo. Porque lo que nos pone en el mundo es también lo que nos lleva de inmediato a los extremos de la separación, de la finitud, y del encuentro infinito, donde cada uno desfallece al contacto con los demás (es decir, también consigo) y con el mundo como mundo de los demás. Inconfesable es, pues, una palabra que mezcla aquí indiscriminadamente el impudor y el pudor. Impúdica, anuncia un secreto; púdica, declara que el secreto permanecerá secreto.