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En un momento dado (1994) Pascal Quignard abandonó todas sus ocupaciones -que eran muchas, prestigiosas y lucrativas- y resolvió no dedicarse más que a leer y a escribir. Libros después, inicia una empresa literaria denominada Oltimo reino, serie de libros que se prolonga de acuerdo con un plan que él pretende que no tenga fin: «conjunto de libros donde sé que moriré», declara. Es decir, colección de libros pensada para contener tanto su vida como su muerte, donde él acabará y que acabará con él. La barca silenciosa es su sexta entrega. Sus primeras líneas resumen de manera memorable el alcance de su empeño y su trayectoria: «Habré pasado mi vida en buscar palabras que me faltaban.» Desde ese temible futuro perfecto, el «hombre de letras» que ahí se interroga no se define tanto por las palabras que como maestro domina sino por las que le faltan. Porque las palabras interesan por el silencio que su falta proporciona. Palabras que «desfallecen, brincan, huyen, pierden sentido», que «tiemblan» al encajar en la forma que finalmente «habitan», palabras a las que les ocurre lo que al Señor que habita en Delfos, que, según el sabio de Efeso -a quien Quignard tiene buen cuidado de no llamar por su nombre-, «ni dicen ni ocultan, sino que hacen señas». La barca silenciosa empezó queriendo ser, dentro del proyecto general de Oltimo reino, un libro sobre el Infierno (como las entregas anteriores lo fueron sobre el Paraiso y el Purgatorio), pero con él le sucedió, según declara el propio Pascal Quignard, verse «atrapado por otra cosa», que lo aparta de su primitiva intención y que hace que el libro se afirme con una singular potencia al tiempo que dota a ese proyecto de una verdad y de una profundidad que sin duda su autor conocía, pero que tal vez aún no había llegado a decir (tal como, por lo demás, suele ocurrir con las obras maestras). Libro que en primer lugar se ocupa de las «señas» que hacen las palabras, La barca silenciosa recopila una buena selección de ellas, obligándose a remontar siempre aguas arriba de estas palabras para encontrar lo inesperado. Es lo que sucede con la primera de todas las interrogadas en su libro, cuando Quignard descubre que la palabra francesa con que se nombra el coche fúnebre, corbillard, designaba antes la lancha con que eran transportados por el Sena los recién nacidos para ser amamantados por sus nodrizas. ¡Qué extraña seña de una palabra que une «lo desconocido del nacimiento» y «lo desconocido de la muerte»! A partir de ahí se reúnen cuentos, mitos, leyendas, relatos mínimos con anécdotas de vida y muerte de personajes reales o de libro, pequeños tratados, meditaciones, reflexiones filosóficas, productos de la imaginación o retazos de la propia vida del autor, que se suceden por contrastes, a la manera de una suite barroca. Forjándose así una especie de nuevo género literario del que Pascal Quignard ha llegado a ser un consumado maestro, donde el conjunto mezcla con sabiduría la crueldad y la ternura, la melancolía y la pasión, dejando siempre en el lector la sensación de haber conocido una extraordinaria belleza y el deseo de, como sucede con las piezas musicales, volver a leerlo con atención y embeleso.