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A diferencia de lo que ha sido habitual en los estudios sobre religión, este libro no está centrado en el estudio del ritual, del culto público, sino en la devoción privada con su cortejo de emociones tácitas, no verbalizadas nunca totalmente. Los testimonios de los fieles extremeños de comienzos de los años ochenta son discursos personales -a veces parecen incluso confesiones-, que están impregnados de afectividad, desbordados por ella. Ya hablen de los favores recibidos de san Antonio o de la conducta incorrecta de los curas de la época, la continuidad entre el sentir, el pensar y el actuar se manifiesta por doquier en las palabras de los devotos. Y en este sentido, el libro puede ser visto como un fruto del giro afectivo (como se dice, por analogía con el giro lingüístico) que han experimentado las ciencias sociales en los últimos años. Por otro lado, siendo un libro de autor, también podría decirse que no tiene autoría particular. Es una obra coral y de un coro polifónico. Así, con múltiples voces se ha constituido algo parecido a un peculiar Flos Sanctorum que recorre las advocaciones de Jesús, de la Virgen o de los santos que eran entonces más relevantes para la gente de estos pueblos de Extremadura. Los sucesos hagiográficos de cualquier santo se mezclan con las anécdotas de quien los cuenta y con los comentarios sobre la belleza o fealdad de la imagen que está en la iglesia de su pueblo; la imagen que puede contemplar, tocar o besar. También podría compararse con un diccionario de autoridades, pero elaborado por quienes no tienen autoridad. En cierto modo, es la antítesis de las obras piadosas clericales o de los diccionarios académicos. Porque quienes hablan son los subordinados, la gente que se ha servido de los personajes sagrados del cristianismo para llevar la vida con algo de esperanza o de consuelo.