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«Sueño con un dragón verde de lengua negra que quiere tragarme. Las casas también son verdes, como la hierba de nuestro jardín con columpio, donde antes papá y yo jugábamos al balón. Lo echo mucho de menos. Mamá me dice que pronto nos reuniremos».Además de los campos de concentración -con lo que implican de hambre, frío, enfermedad, violencia y muerte-, interesa aquí uno de esos mundos personales y familiares que el nazismo destruyó, y que es de lo poco que tiene color frente al gris hiriente y el silencio.Separación, soledad y nostalgia están omnipresentes; el recuerdo ayuda a huir del aislamiento y el desarraigo, y da paso -en lo inhóspito del campo (lager)- al amor, la amistad y la solidaridad: a la humanidad, a fin de cuentas.Si toda violencia está injustificada, la que acaba con la inocencia aún más; contra ella, en el proceso de maduración del protagonista, asistimos a un compromiso hasta la fusión con Vadío (único personaje con nombre y etnia), que representa el reconocimiento en el otro en la catarsis final.El protagonista anónimo de Humo descubre la realidad, pero la filtra con la memoria de un pasado mejor. El despertar lo lastima y conduce a un aprendizaje rápido: la dureza y dificultad de la situación, y el instinto de supervivencia lo obligan a ser un niño responsable.La inocencia, más que la impotencia, marca el desenlace. Los inocentes no sobreviven, decía Primo Levi; es el precio por ver la luz: la mano de Vadío borrando para siempre el miedo y escribiendo con humo una palabra mágica sobre el cielo de Polonia.Una conmovedora historia de Antón Fortes con unas intensas imágenes de la polaca Joanna Concejo, de gran sensibilidad y hermosura, pese a reflejar la realidad del protagonista, que se hace más dura al enfrentarla recurrentemente con recuerdos de la vida de donde fue y fueron todos arrancados.