Standaard Boekhandel gebruikt cookies en gelijkaardige technologieën om de website goed te laten werken en je een betere surfervaring te bezorgen.
Hieronder kan je kiezen welke cookies je wilt inschakelen:
Technische en functionele cookies
Deze cookies zijn essentieel om de website goed te laten functioneren, en laten je toe om bijvoorbeeld in te loggen. Je kan deze cookies niet uitschakelen.
Analytische cookies
Deze cookies verzamelen anonieme informatie over het gebruik van onze website. Op die manier kunnen we de website beter afstemmen op de behoeften van de gebruikers.
Marketingcookies
Deze cookies delen je gedrag op onze website met externe partijen, zodat je op externe platformen relevantere advertenties van Standaard Boekhandel te zien krijgt.
Je kan maximaal 250 producten tegelijk aan je winkelmandje toevoegen. Verwijdere enkele producten uit je winkelmandje, of splits je bestelling op in meerdere bestellingen.
El 18 de agosto de 1969, al alba, delante del parterre devastado de Woodstock, Jimi Hendrix rasga el silencio con el sonido salvaje de su guitarra y empieza a interpretar el himno estadounidense. Es un grito desgarrador. Y este grito -tal es la convicción de Lydie Salvayre- solo podía entonarlo con tal potencia Jimi Hendrix. Porque es negro, de una minoría a la que se manda sin problemas a morir en la guerra de Vietnam. Porque también es cherokee, de una minoría piel roja a la que se le niegan derechos y dignidad. Porque su madre se hundió en el alcohol y fue a la deriva hasta su muerte. Y porque, finalmente, su única etiqueta fue la música, de la que fue un explorador demasiado genial para ser comprendido por muchos de sus contemporáneos.Retomando este momento histórico como una letanía, Lydie Salvayre tira los hilos de la biografía del músico pero afirma también la potencia suicida de todo creador genial. Ella escribe, con fuerza visionaria, la leyenda dorada de Jimi Hendrix.