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¿Ha oído usted hablar de la autocensura? Pues Johnny Ryan no. A él todo eso de los tebeos que ya no se pueden hacer, la falta de libertad y los límites del humor le suenan a milonga rioplatense. Fóllate a mi hijo es un libro de amor maternal, ¿hasta dónde está dispuesta a llegar una madre para favorecer el ayuntamiento carnal de su hijo? ¿a la coacción? ¿amenazas? ¿secuestro? Va bien, va bien...siga, siga. Fóllate a mi hijo tiene aire de esas novelas negras pasadísimas de rosca en las que la Carmen Mola de turno va estresando la situación a todo lo que da, en un tour de force por lograr que el lector aparte la mirada, sienta pánico y repulsión. En ese tremendo esfuerzo por generar terror es frecuente que estas novelas rocen la comicidad, una comicidad extrema y rara, pero que da risaa fin de cuentas. En este caso Johnny Ryan es cómplice del lector y lleva la crueldad y el mal rollo al extremo, provocando una extraña mueca que es mezcla de sonrisa y repelús, y generando en su glotis sonidos guturales a medio camino entre la carcajada y la arcada.