El tiempo aquí es muy antiguo. Más incluso que las tierras agrietadas y chamuscadas, más que los arbustos esmirriados y más que el camino árido que fluye formando meandros a través del desierto, igual que una serpiente que avanza reptando hacia un horizonte difuminado por la calima.
Ya no recuerdo cuánto tiempo llevo aquí, pero me siento como esa serpiente: avanzo sin fin hacia un destino que nunca alcanza la vista. Solo al mirar hacia arriba consigo ver lo que mi corazón tanto anhela: el infinito cielo azul. Todo cuanto veo es azul. Mis ojos están hambrientos.
La cabaña está enclavada en el borde de lo que alguna vez debió de ser un lago. Cada vez que salgo al porche durante las horas más calurosas del día, el aire es tan sofocante que todo cuanto me rodea se nubla y se vuelve borroso. El lago vuelve a estar rebosante con algo que parece agua. Sin embargo, esta imagen no consigue saciar mi sed de azul.
El reloj encima de la puerta está roto. El tiempo no solo es antiguo, sino que tampoco parece avanzar.
Y aun así, espero.
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