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El movimiento estudiantil se reactiva cuando la desigualdad educativa y la desigualdad social aumentan. Medio siglo después, las causas que originaron los acontecimientos de mayo del 68 siguen presentes. En el terreno educativo, las nuevas reformas suponen un claro paso atrás en la igualdad de oportunidades, en el camino avanzado hacia la escuela comprensiva, propiciando una mayor reproducción social a través de la cultura. En el terreno social, parece que volvemos a un pasado nefasto de derechos y libertades limitadas. Dada la desconfianza hacia los políticos y sus partidos, los mecanismos de control formal de los gobernantes no parecen suficientes. Por otro lado, la mayoría de los intelectuales críticos, tal vez porque no se han recuperado de la desilusión que sufrieron al comprobar el destino de las revoluciones del siglo XX, parecen hoy en día más centrados en construir sus carreras personales. Ahora bien, como el oficio de estudiante consiste en pensar, en cuestionarse los problemas que le rodean, conlleva una responsabilidad social de mirar por el otro, de convertirse en la voz de los sin voz. Reinventar mayo del 68 supone simplemente recuperar esas señas de identidad, cuajar en un movimiento que supere los obstáculos de la fragmentación y el egoísmo ―estudiar por un título que dé dinero y prestigio, tal como el profesor trabaja por ganar puntos que le den igualmente dinero y prestigio―. Se trata de uno de los pocos medios fiables y disponibles para lograr una sociedad más justa. De ahí su necesidad.