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Yarfoz, hijo de Vigriscidio, un anciano hidráulico que habita en la ciudad de Escescésina, ha aprendido el oficio de su padre y se ha convertido en uno de los mejores profesionales al servicio de Nébride, el príncipe de la ciudad. Juntos se embarcarán en las tareas de desecación de las tierras pantanosas y de la canalización del río Dul. Pero las divergencias con otras ciudades adversas obligarán a Nébride a exiliarse con su familia. Yarfoz le acompañará en una travesía por la tierra de los Iscobascos y el reino de Yund. En ese periplo, Yarfoz dará fe de cuanto le rodea, desde paisajes hermosísimos a extrañas necrópolis, y también observará las conductas de los hombres que encuentra a su paso, sus pasiones recurrentes y sus obcecaciones, en un juego de actitudes prácticamente circular. Rafael Sánchez Ferlosio parte de un mundo imaginario ? del que facilita incluso una minuciosa cartografía ? para construir una historia épica e intimista al mismo tiempo. En ella sitúa una mitología áspera de destierros y empeños, de gentes hermanadas con los príncipes de los Espejos de Príncipes y de episodios próximos a Swift, a Faulkner y a Kafka, pero inequívoca y demoledoramente ferlosianos. La paz es una entelequia, la huida una realidad que se enfrenta a la guerra, y Yarfoz un hidráulico sereno que escribe cuanto ve, como si hubiera asumido la obligación de transmitirlo para los siglos venideros. Desde la pasión, desalmado y poético, Ferlosio crea un espacio mítico que es mucho más que literatura: es la sangre de sus héroes germinando en el exilio, en el exilio del topos y de su condición de hombres.