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La extensión por todo el mundo de restaurantes japoneses y el unánime reconocimiento a su gastronomía como una de las más originales y a la vez saludables han acercado al paladar occidental un conjunto de sabores poco habituales en nuestras tradiciones culinarias. Sin embargo, son numerosos aún los misterios que encierran para nosotros las preparaciones japonesas, sabores que no acertamos a identificar, consistencias difusas, combinaciones inesperadas, viajes gustativos a lugares desconocidos. Uno de esos misterios aún no desvelados es el de la astringencia, representada en la cocina japonesa por uno de sus frutos nacionales, el caqui. Seco o maduro, más o menos dulce o almibarado, su sabor astringente acompaña con discreción una amplia gama de platos e, igualmente, gracias a sus taninos, ha adquirido innumerables usos en la vida cotidiana japonesa desde hace siglos, hasta el punto de que la noción de astringencia a él asociada ha pasado a designar un cierto carácter personal, incluso una corriente estética o artística. Extraña aún para nuestros paladares la astringencia así considerada, otros misterios de la cocina japonesa se expresan también en la condición fantasmática de algunos alimentos o preparaciones, como las gelatinas o determinadas especies de peces y de algas. A caballo entre lo literario y lo gastronómico, en la búsqueda de ese misterioso fantasma la autora nos conduce gradualmente hacia horizontes cada vez más inquietantes, hasta llegar al mundo en que la propia comida se vuelve «fantasma», referencia innombrada a la tragedia que vivió Japón el 11 de marzo del 2011.