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En el siglo XVII España vive un tiempo de retracción. Pestes, sequías y guerras marcan una época de luces y sombras, de oro y harapos. Un ambiente de contrarreforma en que la religión es norma de vida y valores como el honor, la fugacidad de la vida o el principio de justicia poética cobran protagonismo. A ello se añade el apogeo del género dramático (se crean teatros estables en patios o corrales de comedias) y la genialidad de algunos artistas como Tirso de Molina. He aquí el escenario del que nace Don Juan. El burlador de Sevilla y convidado de piedra se publica en 1630. La duquesa Isabela, la pastora Tisbea o doña Ana de Ulloa son solo algunas de las víctimas de los engaños de este galán, que conquista amores a golpe de disfraz para salir huyendo en cuanto satisface su deseo y desafía a lo sagrado al aceptar el convite de un difunto que le arrastrará hasta la tumba. Con la muerte del héroe, Tirso hace que se restaure el orden establecido y gracias a su hábil manejo de un ritmo vertiginoso, así como del contraste entre pasajes cómicos y dramáticos logrará sentar las bases de esta criatura mítica. Un apuesto joven de buena familia que audaz e insolente infringe continuamente el código moral que su condición le impone. Un profesional de la burla qué más que seducir, engaña amparándose en el escudo protector de su condición social. Sin embargo, don Juan no logra escapar a la justicia de Dios. Su castigo no puede provenir de una sociedad corrompida en todos sus niveles sociales sino por un poder ajeno a ella. Y de ahí apreciamos la crítica explícita del autor en muchos de sus versos que no resuenan tan arcaicos: ?La desvergüenza en España se ha hecho caballería?. Los primeros imitadores de Tirso fueron los comediantes del arte italianos, que se centran en el carácter transgresor del personaje, evitando la seriedad del discurso teológico y acentuando los elementos cómicos. De la mano de estas compañías itinerantes la leyenda donjuanesca pasa a Francia donde el héroe recupera protagonismo, transformándose en manos de Molière, en un personaje más inteligente que pasional, generoso a la par que descreído. De finales del s. XVII es La venganza en el sepulcro, atribuido a Alonso de Córdova según reza el original. Una obra a la que se ha prestado poca atención que imita El burlador y nos presenta al protagonista como un bravucón jactancioso que también es castigado por la justicia divina. Un carácter rufianesco y canalla que se mantiene en el drama que escribe Antonio de Zamora un siglo después.