El mal menor es aquel criterio de descarte de candidatos que sucede cuando las identidades políticas negativas son mayores y más fuertes que las positivas. Cuando los ciudadanos se oponen fuertemente a un partido político o una candidatura sin mostrar apoyo coherente por otro. Cuando no sabemos lo que queremos, pero sabemos lo que no queremos. No es una lógica única de los sistemas políticos dominados por la desafección; se presenta también en democracias desarrolladas como pueden ser la francesa o la estadounidense. Pero en sistemas partidarios colapsados, como el peruano, el mal menor toma connotaciones más profundas por la escasez de identidades partidarias positivas. No se trata solamente de un voto estratégico, sino de la expresión de identidades negativas enraizadas en temores, odios y resentimientos que sobresalen ante la ausencia de adhesiones partidarias. Mal acostumbrados a que los partidos conquisten las "mentes y los corazones" de los electores, nos olvidamos de que en circunstancia de hondas crisis es, quizás, más fácil agitar los sentimientos más viscerales. Los vínculos políticos no siempre nacen de la razón o las simpatías, sino también de nuestras más oscuras entrañas.
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