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Un encuentro fortuito con Gabriel García Márquez, cuando el escritor ya andaba perdido en las regiones oscuras de su memoria, aviva el deseo de atravesar Colombia navegando el río Magdalena, desde su desembocadura en Barranquilla a su nacimiento en los Andes. El río de la vida lo llamó Gabo, una arteria fluvial que conocía bien y al que alude en sus memorias: «Lo recuerdo todo sobre el río, absolutamente todo», le confesó con los ojos brillantes a Michael Jacobs. Con la misma pasión, el autor remonta sus aguas sumergiéndose en la magia macondiana de sus aldeas ribereñas, en sus personajes insólitos pero, también, en un paisaje moral arrasado por las FARC, en cuyas garras cae el autor, y las milicias paramilitares. El río como arteria de vida, como alma de Colombia donde fluye la memoria del pasado y los recuerdos, pero también la destrucción o la esperanza. Jacobs observa y participa, registra ese fluir con un estilo tamizado de ternura, humor y empatía con quien sufre. Sus embarradas aguas también son el reflejo de la memoria personal y un viaje íntimo a la extrañeza del olvido.