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He aquí un libro sobre los jóvenes, jóvenes que atraviesan dificultades, aunque no siempre son conscientes de ello. Y no por las habituales crisis existenciales que afectan a la juventud, sino porque un invitado inquietante, el nihilismo, está entre ellos, penetra en sus sentimientos, confunde sus pensamientos, elimina perspectivas y horizontes, socava su alma, entristece sus pasiones y las debilita. Las familias se alarman, la escuela no sabe qué hacer, solo el mercado está interesado en ellos para conducirlos por los caminos del entretenimiento y el consumo, donde aquello que se consume no son tanto los objetos que cada año se vuelven obsoletos, sino sus vidas, que no pueden proyectarse hacia un futuro capaz de entrever promesa alguna. No hace falta decir que, si el trastorno no es del individuo, el origen no es psicológico sino cultural. Por eso los remedios elaborados por nuestra cultura resultan ineficaces, tanto en la versión religiosa porque Dios está realmente muerto, como en la versión ilustrada porque no parece que la razón sea hoy en día la reguladora de las relaciones entre los seres humanos. Queda solo la «razón instrumental», que garantiza el progreso técnico, pero no una expansión del horizonte de significado debido a la inacción del pensamiento y la aridez de los sentimientos. ¿Existe una vía de salida? ¿Se puede expulsar al huésped inquietante? Sí, si sabemos enseñar a los jóvenes el «arte de vivir», como decían los griegos, que consiste en reconocer las propias capacidades, explicitarlas y verlas florecer. Si precisamente a través del nihilismo los jóvenes, adecuadamente apoyados, supieran dar este primer paso capaz de despertar su curiosidad y el amor por sí mismos, ese «huésped inquietante» no habría pasado en vano.