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De detrás de la roca que sobresalía surgió un ruido y un movimiento fugaz parecido al de un ferrocarril, y apareció un gran automóvil. Su negra silueta recortada contra el sol coronaba la cima de la montaña, como un carro lanzándose hacia la destrucción en una desenfrenada epopeya... En una fracción de segundo, el vehículo dejó atrás el saliente del peñasco como una nave voladora; a continuación el cielo empezó a girar como una rueda, y el vehículo quedó destrozado en medio de los altos pastos de abajo... Un poco más adelante, la figura de un hombre de pelo cano yacía en la empinada pendiente verde, con las extremidades descoyuntadas y el rostro vuelto... Sin duda estaba muerto. La hierba se empapaba con la sangre que brotaba de una fractura mortal en la parte posterior del cráneo; pero el rostro, vuelto hacia el sol, estaba ileso y resultaba extrañamente fascinante. Era uno de esos rostros extraños y tan inconfundibles que resultan familiares.