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El Golem, una obra del escritor vienés Gustav Meyrink con ilustraciones del dibujante Santiago Valenzuela, continúa -junto con Solomon Kane, de Robert E. Howard, revisitado por David Rubín- la colección Clásicos Ilustrados de Astiberri, en la que una recopilación de relatos, o como en este caso una novela completa de un autor de referencia de la literatura, es interpretada gráficamente por un dibujante de cómics con una serie de ilustraciones distribuidas a lo largo del libro principalmente a toda página. Meyrink publica en 1915 El Golem, su primera novela, que resulta ser un éxito inmediato y pasa a convertirse en todo un clásico de la literatura fantástica del siglo XX. Para su redacción, se apropia, dándole una impronta muy personal, del mito del gólem nacido de la tradición judía, según el cual era posible animar una figura de barro colocando bajo su lengua ciertas palabras mágicas. Por un lado, es un relato trepidante, que se aproxima incluso a la literatura popular o de género, pero por otro, roza a veces lo iniciático o lo hermético. Meyrink pasa sin apenas transición de lo truculento a lo grotesco, y de ahí a la elevación lírica y sentimental, donde se dan cita la Cábala, el humor negro y la denuncia social. El resultado sigue fascinando a cada nueva generación de lectores. Santiago Valenzuela precisa que gráficamente intentó no tener ningún referente, aunque reconoce que sí tenía en su cabeza alguna de las imágenes de la película homónima expresionista de 1920 de Paul Wegener, sobre todo para la figura del propio gólem, "macizo y macrocefálico, torpón y con una pelambre un poco a lo beatle". Para las imágenes del gueto praguense, en cambio, cree que se habrán mezclado cosas de lo más diversas "en esas calles que aparecen en las ilustraciones, estrechas y hacinadas, o en las casas que las forman, que son un personaje más de la novela, si no el principal". Santiago ha visitado Praga un par de veces y ha visto "algunos de los escasos restos del viejo gueto, la sinagoga, el cementerio...", pero cree que mucho más presente, seguramente, "ha estado el recuerdo del gueto veneciano, que conozco mejor y da una idea creo que bastante más aproximada de lo que debía de ser aquello". En cuanto a la técnica, poder contar con páginas enteras le ha servido a Valenzuela para, en cierta forma, "soltarse": "por eso es todo aguada y algo de barras de pastel para sacar luces". Y es que "después de años de andar a vueltas con el detalle y la línea, era un poco una forma de liberarse. Me parecía que el tono general del relato, más que cortante, era brumoso o penumbroso, lleno de nieblas y entrevisiones, y que cierta vaguedad de contornos y formas, un poco de irrealidad en las luces, le venía bien", añade el dibujante de origen donostiarra pero residente en Madrid. Con esta propuesta, Astiberri pretende dar un paso para estrechar vínculos entre clásicos literarios y autores de cómic, aportando una visión iconográfica inédita hasta la fecha, en la que el ilustrador es también un narrador de oficio que busca ser respetuoso con la tradición y a la vez contemporáneo. La colección comenzó su andadura el pasado 16 de abril con Monkton el loco, de Wilkie Collins, con ilustraciones de Fidel Martínez, y El mundo perdido, de Arthur Conan Doyle, que contó con el trabajo gráfico de Sagar Forniés.