No es una mera influencia, sino una personalidad viva; y hay una gran diferencia entre estas dos cosas. Una influencia no puede amarnos, y nosotros no podemos amar una influencia. Para que haya amor, debe haber personalidad; y, en este caso, debe ser la personalidad del amor. El aliento fresco de la primavera es una influencia, pero no una personalidad. No puede amarnos ni llamarnos a amarlo. La voz de lo que llamamos "naturaleza" es una influencia, pero no una personalidad. No puede haber amor mutuo entre ella y nosotros. Pero un ser con alma es una personalidad, no una influencia; y el amor del hombre o de la mujer es algo personal, un afecto verdadero y real: un ojo que mira a otro, y un corazón que toca a su semejante. Lo mismo sucede con el amor del Espíritu. Hay una personalidad en Él que sobrepasa todas las personalidades de la tierra, que sobrepasa todas las personalidades de los hombres o de los ángeles. Y es esta personalidad divina la que hace que Su amor sea tan precioso y tan adecuado, así como tan verdadero y real. No existe una realidad de amor como la del Espíritu. No tiene nada en común con la frialdad o la distancia de una mera influencia. Llega de cerca a un corazón humano, porque es el amor de Aquel que formó el corazón, y que busca hacer de él su morada para siempre.
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