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Aunque pueda diferenciarse el pensar especulador de la reflexión, ambos intentan reproducir ideas y al hacerlo calculan: «La palabra es incorregible», dice quien escribe. Por ejemplo, la mano «que se dobló cuando el derrumbe» se esconde dentro de las costillas del caballo (animal de reputación fiel), para encontrar una salida de emergencia entre quienes construyen o estudian debajo de la tierra y quienes intentan conservar las formas en la superficie. Con un tono sobrio, cruzado por detalles que insisten sobre el precio de las cosas y las acciones, utilizando las comillas no solo para señalar otra voz, sino para marcar que el modo en que se dice algo modifica su valor, este libro narra una caída. Los pensamientos abstractos encuentran su concreción cinematográfica y la repetición de algunas palabras (escama, cristal, taza) abre sentidos que funcionan al modo de referencias dentro del texto. Especular quiere decir muchas cosas, entre ellas registrar, mirar con atención algo para reconocerlo y examinarlo. Tolaretxipi especula cuando traza un modo de ser ambiguo, recortado en forma difusa por imágenes del mundo que lo rodea. Perderse en sutilezas o hipótesis sin base real también es especular, como hacen las sombras que recorren los poemas. Hay un lugar dentro y otro fuera vinculados por una dialéctica extraña, una escalera que enferma y al abarrotarse expulsa: escribe. Esta acción une la historia de una caída con la historia de quien cae en la cuenta y accede a otra zona de conciencia, núcleo de la cautivante lectura de El especulador. [Verónica Viola Fisher'>