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Desafortunadamente es común, tanto en los medios de comunicación como entre políticos e intelectuales, considerar el derecho como una colección de códigos y codicilos, o bien como un ejercicio académico, casi como un apéndice de alguna corriente filosófica. Por eso no nos sorprende que, frente a las espinosas cuestiones que plantean tanto la realidad local como la global, el debate público dedique su atención principalmente a los portadores de otros saberes, que con frecuencia ignoran, a su vez, cómo el derecho ha orientado de forma potente -y sigue haciéndolo- los horizontes sobre los que ejercen sus ciencias respectivas y sobre los que todos nosotros practicamos nuestras elecciones.El derecho, en efecto, representa una clave necesaria para la comprensión de los fenómenos, pero también, y desde siempre en Occidente, se trata de una infraestructura indispensable para cualquier diseño geopolítico. Con el propósito de aclarar estos datos, el libro hace que se encuentren reglas de distinto origen, jueces de variada toga, productores del derecho de distinta legitimación, activistas, mujeres y niñas, indígenas y banqueros, torturadores y saqueados, en el seno de una dialéctica continua entre los "nuestros" y los "otros", así como entre los distintos grados de "globalidad" (la de los tráficos, las comunicaciones, las ideas) y de "localidad" (la de las comunidades, las tradiciones, las identidades) que la realidad impone.Nos encontramos ante un análisis que muestra que no se puede definir la misma noción de Occidente sin su derecho, sin sus juristas y sin sus estrategias, más o menos inocentes.