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Federico Castilla es director de Responsabilidad Corporativa y Desarrollo Sostenible de Oilgas International, multinacional del sector petroquímico con implantación en Europa, África y Oriente Medio. Una mañana recibe una llamada desde Oilgas Ibérica, su planta de distribución de refino en España, y le comunican que se acaba de producir un accidente laboral en dicha planta; un empleado, que ha caído desde varios metros de altura mientras realizaba trabajos de reposición de luminarias, se encuentra en estado crítico. Inmediatamente, se activan todos los protocolos y Federico toma un avión para viajar hasta Pico Paloma, la población donde está la factoría. Se trata de un municipio enclavado en pleno parque natural de El Roqueo, en una zona del litoral donde convive la industria petroquímica, la actividad turística y el paisanaje local. Sobre ese espacio, la planta de Oilgas se erige como un gran agente dinamizador económico y social, pero también como una instalación altamente contaminante. Las políticas de Responsabilidad Corporativa desarrolladas por la firma, sin embargo, que supuestamente buscan devolver a la sociedad todos los beneficios que de ella obtiene a través del patrocinio y las ayudas directas, operan como un verdadero agente silenciador de voluntades. Todas las instituciones y organizaciones representativas del entorno, desde las asociaciones vecinales hasta el ayuntamiento, pasando por los clubes deportivos e incluso por las asociaciones medioambientales, participan de esta política de silencio, haciendo posible que la empresa siga llevando a cabo su labor sin ninguna resistencia. En su estancia en Pico Paloma, Federico vive pendiente de la evolución de Manolín, el empleado que sufrió el accidente. Entretanto, cada noche, Federico acude al piano bar del Aljaraluz Costa, el hotel resort en el que se aloja. Y allí, mientras remata el día tomando unos whiskies, contempla embelesado las actuaciones de Amanda, la cantante del dúo de músicos que actúa en el piano bar.