Una cosa se contrapone a menudo a otra en la experiencia del cristiano; y también en el procedimiento cotidiano de la providencia de Dios. Así le sucedió a Jacob aquella noche que durmió en Betel. Una piedra era su almohada, y el frío y duro suelo su lecho; sin embargo, mientras el sueño sellaba sus párpados, tenía a Dios mismo para guardar su cabeza acostada, y sueños como los que rara vez bendicen un lecho de plumas.
Una escalera se alzaba ante él en la visión de la noche. Se apoyaba en la tierra y llegaba hasta las estrellas. Y formando una autopista para una multitud de ángeles, que ascendían y descendían en dos deslumbrantes corrientes de luz, se alzaba allí como el brillante signo de una redención que ha restaurado la comunión entre la tierra y el cielo, y ha abierto un camino para nuestro regreso a Dios.
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