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Muchos conocen ya a Harry «Conejo» Angstrom, entrañable personaje dividido entre la libertad y la responsabilidad, el deseo de independencia y un anticuado sentido del deber, entre apremios sexuales y vagas especulaciones espirituales a sus 55 años muy avejentado, Conejo ya no hace más que jugar al golf y ver la televisión. Desde el infarto, le embarga un irremediable sentido de fatiga. Janice, la esposa desvalida, es ahora toda una mujer de negocios. Nelson, el hijo estafa y roba a sus padres para mantener su adicción a la cocaína. Conejo vive en el temor constante, obsesivo, de la muerte que, en efecto, parece rodearle por todas partesá: muere su amante de un cáncer, muere de SIDA un empleado de la empresa, sus amigos caen presa de enfermedades o depresiones, y hasta la tele le acosa diariamente con noticias de desastres y guerras. A Conejo sólo le quedan ya un pasado nostálgico, sombrías especulaciones sobre el futuro y ser testigo pasivo y risible de hechos que él ya no controla.