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Si el mundo mira hoy con atención hacia el sur de México, y si el levantamiento indígena neozapatista de Chiapas ha despertado la simpatía, la admiración y la solidaridad de tanta gente en todo el planeta, ello se debe probablemente a que en ese movimiento social de nuevo tipo se prefiguran ya, tanto en su estrategia hacia la sociedad civil como en sus formas de organización y en sus concepciones generales, la naturaleza y el carácter que tendrán todos los movimientos antisistémicos que habrán de desplegarse en el siglo XXI. Y si bien las reivindicaciones indígenas consisten, simplemente, en exigir su nivelación respecto al desarrollo económico, social, político y cultural que otras partes del país han alcanzado ya en el siglo XX, con demandas como techo, trabajo, educación, tierra y salud, lo cierto es que en el marco actual esas reclamaciones son profundamente revolucionarias, pues su satisfacción por el sistema actual, independientemente de qué partido alcance el gobierno, es absolutamente imposible en el marco neoliberal en boga. De ahí el carácter subversivo y radical de sus exigencias. La originalidad del presente ensayo consiste en situar el fenómeno chiapaneco en una perspectiva histórica derivada del "análisis del sistema-mundo" que Immanuel Wallerstein ha venido desarrollando durante los últimos veinticinco años, y desde el punto de vista de "la larga duración histórica", según las tesis de Fernand Braudel. Este nuevo zapatismo se ve, de este modo, con una luz distinta, advirtiéndose con toda intensidad su potencial revolucionario y su característica más significativa: ser un movimiento de resistencia con implicaciones y significados globales, que afecta a todo el mundo, y no de un movimiento local cuya importancia queda limitada por la extensión del territorio en el que ejerce su influencia.