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De la excelsa trinidad que reina en los infiernos de la literatura de terror moderna y contemporánea, Poe, Lovecraft y Ligotti, el primero revolucionó el relato gótico introduciendo el terror que anida en la mente humana y en la locura, H.P. Lovecraft nos hizo sentir el horror cósmico que provenía del espacio exterior encarnado en sus impías deidades ancestrales, y Thomas Ligotti, considerado como un escritor de ficción oscura y extraña, ha vuelto el foco del horror hacia nosotros mismos, mostrándonos una visión lúcida de la condición humana, de su cruda realidad más allá de las apariencias, despojada de interpretaciones indulgentes e ilusorios eufemismos, en toda su lamentable hiperrealidad. Tras el horror cósmico, podríamos decir, sobrevino el horror vacui. Por este motivo, sus historias resultan a veces absurdas y kafkianas, sus personajes, seres perdidos y patéticos, y sus atmósferas impregnadas del inconfundible sabor de nuestras peores pesadillas. Pero, a diferencia de sus predecesores, Ligotti alberga en su obra, según confesión propia, una intención didáctica, moral, más allá del goce estético de aquellos. Este trasfondo ha quedado de manifiesto recientemente con la publicación de su breviario nihilista «La conspiración contra la especie humana» (2007) (Valdemar, 2015). El presente volumen reúne dos colecciones: «Canciones de un soñador muerto» (1985, rev. 1989), su primera obra, y «La agónica resurrección de Victor Frankenstein, y otros relatos góticos»(1994), una suerte de breve revisión y recreación de los mitos universales de la literatura gótica. «La emoción más intensa que jamás he sentido es el miedo», revelaba Ligotti en una entrevista reciente, «pero su causa es un misterio, es como una experiencia espiritual, y el mejor modo de explicar este misterio tan terrible es escribir historias que provoquen esta experiencia en el lector». Al final, «todos estamos condenados a inventar nuestros propios infiernos».