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Blancas bicicletas es varias cosas a la vez; una crónica de los sesenta (algo más que una década prodigiosa ya que, como Joe Boyd dice al prologar su libro, comenzaron en 1956 y acabaron en 1973), una apasionada declaración de principios, un manual del productor discográfico, un compendio de biografías al estilo de las Vidas de los artistas famosos renacentistas y sobre todo una larga y jugosa conversación. Como buen conversador, Boyd deja que los planos de lo personal y lo social interactúen en su relato. Se contemplan en paralelo, basculan y se solapan de manera que Blancas bicicletas es al mismo tiempo el relato de una iniciación sobre el paisaje de fondo de una sociedad cambiante y el análisis de una época a través del modelo a escala de una evolución personal. Joe Boyd se alinea con la gran tradición americana de los productores musicales que definieron el oficio e inventaron, a partir del blues y el jazz, el idioma universal de la juventud. Aquellos Peer, Hammond, Koenig, Ertegun etcétera que se encargaron de dotar de expresión fonográfica los estilos locales y minoritarios convirtiéndoles en cultura de masas. Por eso en el libro aparece Paul Rothchild, productor de The Doors y Janis Joplin, como su colega y alter-ego y ambos dan la bienvenida al club a Chris Blackwell que recorrió un camino similar con el reggae jamaicano. Ellos, acompañados de artistas atacados, mánagers despiadados y simples celebridades, están tan precisamente retratados en el libro como la época que contribuyeron a definir y que solo podrá ser comprendida cabalmente teniéndolos en cuenta. Hay muchas razones para celebrar con Blancas bicicletas la llegada de una nueva crítica musical. Una crítica hecha de investigación vivida, descripción profunda y gracia literaria a la que no es ajena una amplia generación de escritores y músicos que propician el advenimiento de una nueva era para el pop, la era de la conversación. Joe Boyd, (Boston, Massachusetts, 1942) es el productor musical americano que a su llegada en el Reino Unido revolucionó la escena musical de los años sesenta. La primera misión que se le encomendó a Joe Boyd, cuando apenas contaba 21 años, fue traerse a Muddy Waters a Gran Bretaña, en 1964. Cuando Dylan electrificó y revolucionó el sonido de su banda - un año más tarde en Newport- Boyd llevaba la dirección de escena. De sus primeros tientos como productor discográfico brotaría el mítico álbum de Eric Clapton Crossroads. Un año más tarde, producía el primer single de Pink Floyd y se los llevaba consigo al UFO, el club que devino el corazón del Londres psicodélico en 1967. Con la inestimable ayuda de la Incredible String Band, Sandy Denny y Fairport Convention consiguió la improbable pero sorprendente, al tiempo que intensa y tristemente efímera, fusión entre la música pop y el folk británico. Descubrió, produjo y dirigió a Nick Drake. Se enamoró de un grupo de cantautores suecos a los que tuvo ocasión de escuchar en un viaje a Estocolmo en 1970 -dos años antes de que crearan ABBA- pero no lo suficiente como para rechazar una irresistible oferta en California, donde acabaría produciendo las bandas sonoras de Defensa y la Naranja Mecánica, además del documental definitivo sobre Jimi Hendrix.