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Alfred y Ginebra, la primera obra publicada por el poeta americano James Schuyler (1923-1991), fue escrita cuando no había dado a conocer aún su poesía. Schuyler deseaba alcanzar renombre como narrador y Alfred y Ginebra fue su gran apuesta para lograrlo. Pero en esta novela la poesía se hace patente a cada frase: en su levedad, en su suave ironía y en su encanto, tan deudor de indiscutibles clásicos de la literatura infantil (Tom Sawyer, Mujercitas) y de la América amable que retratara el ilustrador Norman Rockwell, como de una cierta simplicidad activa que Tristan Tzara señalara en las obras dadaístas y que en esta novela, vanguardista y tradicional a un tiempo, contribuye a poner de manifiesto la materialidad del lenguaje. Porque el principal protagonista es el lenguaje. La novela trata de dos hermanos, un niño de unos cinco años, Alfred, y una niña de nuevo o quizá diez, Ginebra, y de las conversaciones que mantienen entre ellos y con otros niños, conversaciones sin un tema definido, vacías que la irse llenando van a su vez desarrollando las personalidades de los que participan en ellas. La novela se centra en el lenguaje infantil de una época histórica muy concreta, el final de los años treinta en Estados Unidos, saturado de frases hechas y de sentidos que escapan a los niños que, sin embargo, hacen uso de ellos; un lenguaje que muestra la influencia de una incipiente cultura de masas en forma de películas y revistas junto con la de la literatura infantil tradicional. De igual modo que en los dibujos animados de la Metro Goldwyn Mayer los mayores quedan fuera del encuentre, y son representados por sus piernas y sus zapatos, en Alfred y Ginebra los adultos sólo aparecen cuando se dirigen a los niños infantilmente. La acción se desprende por completo de las conversaciones, de las entradas del diario que Ginebra escribe o de las historias que los niños inventan como forma de recreación y divertimento, con las que recrean sus propias identidades. La trama resultante es muy leve: la acción de la novela no se resuelve nunca porque su tenuidad misma lo impide. Todas las historias y personalidades que los niños inventan son igual de válidas porque en realidad la novela está vacante de trama o de principio regidor. Alfred y Ginebra es una novela vacacional, sin una trayectoria prefijada, en la que cada detalle demanda atención por sí mismo, sin perseguir un fin ulterior. ¿Cómo puede ser de otro modo, si la novela transcurre en los días informes, amplios, vacíos de reglas y válidos sólo para ellos mismos que conforman las vacaciones durante la infancia?