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Trieste, lugar fronterizo y cruce de encrucijadas, es el antídoto contra la idea de capital, de centro, donde se respira siempre un aire de diáspora. En palabras de Juan Bonilla, en este hermoso libro Samuel Brussell se aproxima a un personaje literario más que a una ciudad real ?ya pueden alejarse quienes esperen encontrar aquí una guía de viajes?, ciudad de ninguna parte o más bien ciudad de la literatura. Alfabeto triestino nos lleva de la mano por la Trieste artística y literaria, nos presenta en rápidos bocetos personajes enigmáticos, encantadores y legendarios de la Mitteleuropa; nos asoma a lugares legendarios, como el café San Marco, y a librerías de viejo y anticuario ?Achille, Drogheria 28 y, la más famosa, la Libreria Antiquaria Umberto Saba?; o nos habla de editoriales artesanas y míticas, como Zibaldone. Los nombres propios que van apareciendo en estas páginas ?escritores como Stendhal, Italo Svevo, James Joyce, Giani Stuparich, Scipio Slataper o Giorgio Voghera; poetas como Umberto Saba, Biagio Marin o Virgilio Giotti; editores como Anita Pittoni o libreros como Sergio Zorzon; bartlebys como Roberto Bazlen, uno de los artífices de Adelphi; o pintores como Vittorio Bolaffio?, tasan la grandeza de este verdadero territorio cultural. Todos estos nombres dibujan un continente imaginario, escriben la historia de esta ciudad huidiza, donde cada de ellos evoca un personaje de la vida triestina que ha amado este lugar. Con evocaciones y retratos, con encuentros y fantasmas, Brussell teje su libro y nos inyecta ganas de volver a Trieste. «Uno no nace triestino, se hace», lo que exige un movimiento de la voluntad, y muy a menudo consigue que viajeros de cualquier parte, al perderse en ella, acaben encontrando ese no sé qué que iban buscando. Alfabeto triestino tiene algo de poema de amor a una ciudad que es puerto que acoge a todos los náufragos. Ciudadela sobre el mar, está empapada de tantas identidades que al final uno reconoce en ella la posibilidad de un refugio. El sueño de Europa, tan presente en aquella Trieste, sigue siendo, acaso, un fantasma al que sólo podemos aferrarnos en estos tiempos catastróficos.